Los dados en la mesa
auguraban la necesidad de una batalla,
incluso para mí,
que no creo en el destino.
No veía en el horizonte cercano
ningún hilo de agua
que sea un punto de no retorno.
Y sin embargo,
mi cuerpo se preparaba
para ese sentimiento posterior
al fracaso inminente.
Tal vez
ya estaba combatiendo
y todavía no lo sabía;
saltar al vacío
es un proceso que comienza
cuando uno se levanta una mañana.
Con la distancia
de las décadas
puedo verlo claro.