No sé cuándo
crucé la barrera,
pero descubrí que mis sueños
confabulan contra mí.
Y de alguna manera
también soy cómplice
de mi martirio,
porque conocía
el doble filo de la imaginación.
Es verdad
lo que afirman aquellos
que rechazan
la construcción de ídolos.
Hoy no recuerdo
cómo era su tacto,
pero al cerrar los ojos
puedo sentirlo en mi piel.
Estoy perdido,
soy mi propio enemigo
y no suelo perdonar.