Ella me flanqueó el cuello a besos,
porque le gustaba jugar a la guerra
y se tenía mucha estima como general.
La dejé avanzar,
sin que sospechara el ardid,
porque como dice Sun Tzu
el fuerte puede pasar por débil.
Su victoria,
a ojos del inexperto en los artes bélicos,
parecía clara y tal vez así lo entendió.
Demasiado rápido intentó alcanzar mi boca,
pero mis labios tenían otros planes
y el contraataque fue implacable.
La moral de sus tropas se derrumbó
a la velocidad del rayo
y su ejército se desbandó.
De haber adorado
a los dioses paganos,
tal vez esa noche ambos
hubiéramos cenado en el Valhalla.