Nuestro único beso
está escondido entre los susurros
de un poema que pasó inadvertido.
Su mano fría me despidió
con un roce en la mejilla,
y la marcó de igual forma
que a mi corazón.
Antes de desaparecer,
me miró con esos enormes
ojos llenos de matices
y se fue con el viento.
Se perdió como la noche
al amanecer,
sin pedir permiso
y sin arrepentimiento.
Y yo quedé
como el que contempla el amanecer
y sabe que tendrá otras noches,
pero nunca más la que pasó.