La muerte está golpeando
con estruendo
las puertas,
en breve habrá caído Constantinopla.
O Roma,
o las ciudades del Griego,
o Persépolis,
da igual.
No importan
nuestros nombres,
nuestras historias,
nuestros logros,
nuestras derrotas,
porque nada de ello trascenderá
en la memoria
ni burlará la Muerte.
Nosotros,
que al mirar al cielo
vimos que lo que estaba arriba
era igual a lo que estaba abajo
y entendimos que Hermes tenía razón
y que estaba profundamente equivocado.
La última cabeza de la hidra,
que se deja cortar en soledad
por la espada de Hércules.
Caemos hoy
como el que no se equivoca
y elige bien,
pero que al elegir
selló su destino final.
Caemos como el egoísta
que piensa que al ganar todas las batallas
gana la guerra,
pero al escuchar los pasos
del asesino por la noche
sabe en su interior
que ya perdió la guerra
antes de comenzar.
Mañana
ya no habrá nadie que nos haya conocido,
así que no importarán los sentimentalismos.
La única esperanza que nos queda
es que en el futuro lejano
alguien se pregunte cómo hicimos
y nuestras obras nos revivan.
Mientras el miedo solo conquiste la carne,
nuestras almas tendrán dignidad.
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