Los muros
de mi celda
no son demasiado altos
y no hay techo.
Tiene amplios ventanales,
prácticamente mi jaula
es de cristal.
Veo y escucho
todo lo que ocurre,
por alguna cruel broma
de mi captor.
En un principio,
la conquista
por parte del autómata
fue violenta y arrebatadora.
Pero mientras más se acercaba
a donde me encontraba,
fue disminuyendo su belicosidad.
Y al verme,
espada en mano,
decidió encarcelarme.
Tal vez porque mi reflejo en sus ojos,
es un espejo de lo que ahora soy.
Y él es a su vez un reflejo mío.