Fluyen como un río
las paredes de hielo del castillo
que construimos hace tiempo.
No hay que buscar culpables,
porque todos lo somos
y no lo es nadie.
Tampoco hay que culpar al sol
que no se eclipsó
cuando lo necesitamos.
Ni a la luna,
que con esa falsa luz propia
encandilaba tras un momento.
Ni tampoco al olvido,
porque siempre se olvida
que el fuego hiere.
¿Vale la pena
volver a reconstruir
lo que perdimos?
Los cimientos siempre serán firme
si el castillo alcanzó
gran altura.