La tristeza y el sufrir
son parte inherente
de la condición humana.
Puede no ser agradable,
pero la principal motivación
que nos impulsa a actuar
es el deseo.
Controla nuestra vida,
nos maneja,
nos utiliza,
nos domina despóticamente.
Si no podemos satisfacerlo, sufrimos.
Si, en cambio, lo logramos mitigar
nos sentimos defraudados
por el resultado
o lamentamos la perdida
de algo que desear.
Evitar o solucionar esta situación
es imposible,
al menos mientras pertenezcamos
al género humano.
Por ende,
lo único que nos queda por hacer
es juntar los cristales rotos
e intentar reciclarlos.
Siempre existe la posibilidad
que aquello que nazca
sea algo más
que un efímero fénix.