No se necesita la noche
para estar entre sombras,
me dijiste en un suspiro
mientras mi alma se ahogaba.
Las tormentas te rodeaban
y alternaban en tu martirio
y tus lágrimas eran la lluvia
que no quería sentir.
Indague en tu rostro
hasta encontrar tu mirada,
hasta encontrar tu mirada,
que encontró la mía y la sostuvo
un instante eterno.
Entonces,
en la embriaguez de mi corazón
te comente que las rosas
se marchitaban de envidia
cuando vos pasabas.