Ante mí pusiste
tu colección de perfumes,
símbolo de todo lo que eras
y sentías.
Los seis exóticos envases
desafiaban mi horizonte
y mi conocimiento,
que ignoraba su existencia.
Cada uno representaba,
para vos,
un estado de ánimo.
No niego el escepticismo
de mi pragmática mente
ante tal excentricidad,
pero acepte el desafío implícito
que me proponías.
La mesa de madera era imparcial,
vos no,
mirabas inquisidora
detrás de mi hombro derecho.
Lavanda y algo cítrico.
No la recordaba
pero conocía esa fragancia,
el parque y una caminata bajo el sol.
El segundo, me pareció chicle multifrutal,
pero en tu piel el olor era distinto.
Una película y los pochoclos
emergieron entre mis pensamientos dormidos.
Jazmín, apenas acompañado.
Tuve que cerrar los ojos,
una noche,
el frío,
un beso inesperado.
Las rosas me trasladaron,
inevitablemente,
a una tarde primaveral en un café,
tal vez en un aniversario de mi nacimiento.
El quinto tenía mezcla
de frambuesa y miel
conjugado con alguna comida
que yo te prepare un día perdido.
El último no lo identifiqué
y recién comprobé
su fusión con tus atributos
la noche en que nos despedimos
para siempre.