Me dijiste que
mi visión del mundo era anticuada,
que todavía vivía en algo
que se perdió mucho antes
de mi nacimiento.
Yo te dije que
era preferible vivir
en mis fantasías
a tener que afrontar
la realidad que me proponían.
Argumentaste que
esperanzas nadie
se hacía en esos días.
Sin embargo,
yo todavía
confiaba
en mis utopías.
Tus desilusiones colisionaron
con mis ilusiones
y debimos separarnos para siempre,
o me despediste para siempre,
que es lo mismo.
Ah, pero no me despediste totalmente.
Una parte de mí siguió rondándote
como en el principio.
Uno de mis libros
escondía tu nombre
entre sus poemas
y vos lo leías.
Me veías a escondidas,
siempre a la misma hora,
siempre en el mismo canal.
Pero tu orgullo
era demasiado
como para permitirte
volver a admitirme.
En mi caso,
en particular,
no me despediste por completo.
En mi memoria todavía
se guardaba el tacto
de tus caricias
y una imagen eterna
de tu persona defendiéndote.
En mí se guardaba
algún otro mensaje oculto
en libros inéditos,
un personaje que siempre te representaba
y la ilusión,
tan propia,
de tener otra oportunidad
para ser despedido.