Réquiem para un hada (Sobre la Belleza)

“Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis”
(«Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua»)
Había una vez un bosque. Un lugar normal, mucho antes de que los príncipes buscaran aventuras y encontraran princesas dormidas, o envenenadas. Mucho antes de la maldad, de la serpiente en el Árbol, esperando. Aún antes que el mismo Árbol. Era un lugar bastante tranquilo. Los animales vivían en una suerte de armonía tácita, de un fino equilibrio.
Fue en este lugar, pre Edén, donde ocurrieron hechos maravillosos que van más allá de la compresión, la triste comprensión dual, que puede tener un hombre común. Todos, o por lo menos la gran mayoría, siempre hemos estado estigmatizados por el blanco y el negro, el bien y el mal, Platón y Aristóteles, Ying y Yang, dualidades que no necesariamente se cumplen en un universo de al menos decenas de millones de colores.
En ese mundo distinto vivían las hadas y los duendes. También había otras criaturas fabulosas que hoy en día sólo viven en fabulas, como los faunos, los centauros, diversas deidades, animales parlanchines, etc. En resumen, todos aquellos que estaban antes de que Dios llegara.
El sitio de colores, ese raro (para nosotros) bosque, de antes que Dios llegara, no difería en su ambientación de aquellos bosque que uno puede encontrar cerca de su hogar. Pero esto nunca pasa, el bosque cercano siempre tiene cosas normales. Tal vez el imaginario común transforma las cosas normales de otros bosques, de otros sueños, los purifica, los magnifica y se convierten en hermosas historias para cuentos, poemas, novelas, películas, y varias otras cosas. Antes se cantaba mucho, hoy en día ni se lee en voz alta, tal vez en el futuro se vuelvan a cantar historias. El tiempo es un círculo imperfecto, que se repite pero terminará algún día.  No pasó así con este relato.
Dije, un poco antes, que había hadas y duendes. Olvidemos los duendes y los otros seres de fabulas. Lo que interesa ahora son las hadas. Las había de todos tamaños y colores, gustos y perfecciones. Eran algo así como el “bichito lindo” dentro de tanta monstruosidad pre Dios.
Eran esos bichitos  pequeñas mujeres, o tenía formas de pequeñas mujeres. Tan lindos eran que Dios, al tener que buscarle un compañero a Adán, el primer hombre, recordó su forma o quizá fueron sus musas inspiradoras. El escritor y Dios comparten un vínculo secreto, mucho más allá del bien y el mal.
Sin intentar seguir divagando en cuestiones no directamente relacionadas con el relato, puedo decirles que había tantos bosques como hadas y tantas hadas como gotas de agua tiene el mar. Eran tantas que seguramente la Tierra era más grande y tenía menos agua. Otras criaturas, en su momento, hablaron de “la plaga” en referencia a estos minúsculos seres. Tanto pidieron respuesta, tanto rogaron, suplicaron, oraron, que cual espada de Damocles, su hado o destino se personifico en un ser único, que cual Teseo, les dio muerte.
Retomo el tema de las hadas. Ellas  (sí, todas eran mujeres) venían de la tierra, nacían de ella como las plantas y nadie supo nunca bien cómo. Cantaban, todo el día, divertidas canciones que muchas veces tenían que ver con odas al sol, su marido por omisión. Otras veces eran cantos educativos, rememorando historias de grandes reinas pretéritas. Cada vez que una reina moría la velaban diez días con sacros funerales que obligaban a llorar mucho tiempo. Pero el día que se elegía la nueva líder por su belleza (que era sinónimo de su poder), se festejaba y se reía de júbilo durante otros diez días.
Estos alegres personajes, se encargaban de revisar todos los días, sin falta, el estado de las flores y las plantas. Era tanta su dedicación que las mantenían a todas en excelente estado y evitaban por todos sus medios que se marchitaran. Un gran misterio es si pudieron en algún momento o tuvieron habilidades mágicas.
Uno de esos días el hada Gesey, que era reconocida por tener los mejores jazmines del mundo, tuvo una visión. Soñó que todo cambiaría para siempre y por siempre. Vio cosas que no fue capaz de comprender, pero que sólo pudo describir como metal y fuego. Vio al sol en la Tierra y el daño que hacía. Entendió, o puede que no, que aquellas cosas que amaba no serían eternas y tuvo la desafortunada idea de comentar lo que sintió y pensó.
La sociedad de las hadas se dividió, la reina no supo mantener el orden. El caos  comenzó a reinar por ella. Los otros seres, que tenían envidia de la belleza y no contaban con mayores dones que la fuerza bruta, comenzaron a atacar el reino. Se dice que de esos ataques muy pocas hadas lograron sobrevivir.
Las supervivientes escaparon lo más lejos que pudieron del bosque, entre ellas Gesey. No se fue con las demás, pues se sentía culpable de haber conducido por su temor al destino que intentaba evitar. Sin embargo, confiaba en la posibilidad de devolverle al reino su antiguo esplendor, de moralejas, de cuentos, de sombras de la memoria.
Por diversos métodos intentó conseguir ayuda en otros reinos, con otros seres, con otros sueños. Buscó a los desertores del ejército vencedor, de las pesadillas de antaño. Habló con las durmientes piedras, incitándolas para que despierten, incluso se animó a hablar con aquel extraño espíritu que vive en la tierra, pero por suerte no logro convencerlo de salir.
Ya rendida por la indiferencia, con un vasto sentimiento de culpa y deseosa de alcanzar algo que ya era una utopía, descubrió la irónica manera de ser inmortal y devolverle a su pueblo el lugar que había ocupado. Recordó su sueño, de aquellos seres destructores que en un futuro lo ocuparían todo, pero no a las hadas, ellas no los llegarían a ver. Habló con las flores, en especial los jazmines. Les pidió un eterno favor como recompensa por su cuidado. Sabía que todo pasado deja marcas. Suplicó porque la recordaran en su memoria, que no se olvidaran de ella. Las flores nunca han roto una promesa y por Gesay juraron no olvidarse de las hadas.
Hay quienes cuentan, que los hombres que se internan en el bosque, los mismo que en el pasado contaron historias poco creíbles de criaturas raras como elfos, duendes y dragones, han visto alguna vez, una pequeña mujer hermosa que aparece en los pétalos de las rosas o cubierta del blanco y dulce perfume de los jazmines. No por nada, algunos llaman a ésta flor “regalo de Dios” puesto que Éste no se atrevió a eliminarlas por respeto a su promesa.
Glorioso y Justo es por honrar lo bello más allá de su derrota. Otros dicen que las flores mueren rápido porque no hay hadas para cuidarlas. Un tercer grupo asegura que después de la caída de Gesey toda belleza es efímera.