Final de la historia

“Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.

J.L. Borges

“Transformar lo malo en algo más, algo distinto, algo que sirva, es un don que va más allá de todo lo que se puede pagar con dinero”. M.S.D.D

Hace algún tiempo me vi envuelto en una situación un tanto desagradable. Al retornar a España conocía a una mujer muy particular. Era bella, en demasía. Muy adorable y conversadora, me gustaban sus ojos, su sonrisa y un gesto en particular. Al dudar, miraba hacia el cielo con inquisidora preocupación, mordiéndose el labio inferior y a veces apoyaba el dedo índice de la mano derecha en su pera, para acompañar la mueca. Esa combinación de movimientos me enamoró.

Primero jugueteamos un poco, como es común para mí. Las cosas precipitadas no son capaces de atraer mi atención mucho tiempo, en cambio, el fuego que se enciende lentamente suele tener mejores brazas. Digamos que el primer beso se hizo esperar un buen tiempo, cosa rara en esta época, pero un tanto romántica, en el sentido melancólico de la palabra. Fueron bellos meses juntos, no hay críticas al respecto. Sin embargo, de manera precipitada y con poco anuncio todo llegó a su fin.

Las relaciones se terminan, está en uno cuánto tarde en aceptarlo. Lo principal a remarcar no es este hecho en sí, sino algo más. La tendencia perniciosa de algunas personas de no aceptar que cada una de las acciones humanas, sea cual fuera, lleva agónica e inexorablemente a que alguien la sufra. Ella no lo podía aceptar y esa ignorancia de su parte hería mi ser. Siempre dudé del inevitable final, más que nada respecto a cuánto iba a sufrir. Es cierto, fui débil. Aún lo soy.

Entonces, un poco antes del final, cuando la historia estaba por acabar, comprendí cuál era el papel que yo jugaba, que me tocaba representar. Al igual que Otto Dietrich zur Linde, según nos cuenta Borges, entendí que mi misión era enseñarle a los demás el verdadero peso de sus actos. No fue fácil, no tengo alma de mártir. Pero, en cierta medida, era imposible detener los actos que se llevaban a cabo y que me superaban ampliamente. Entonces, una transformación se dio en mí.

En primer lugar, tal vez lo más complejo, acepte toda la responsabilidad. Ya no hablo de la relación amorosa, efímera en mi historia, sino de algo más, de una nueva era. De abogar de manera intransigente por algo que nos supera: la aceptación de nuestras responsabilidades. El mundo entero nos reclama y sólo sabemos mirar hacia otro lado, yo quería evitar eso. Aunque sea con un pequeño granito de arena en el mar, el mar ya es distinto.

Entonces, sufrí y mucho. Quizá exageré un poco. Pero no pude evitarlo, era parte de la lección, tenía que servir de ejemplo. Tantos versos al aire, cartas sin destinatario. Las icónicas sombras de pasados remotos y ese extraño eco de mis viejas proezas. El peso de mis pecados, de los pecados ajenos, pasaron por mi alma. Un gran relámpago de tristes logros. Uno no es más que la suma de sus antecesores.

Un lugar mejor para vivir era el objetivo, no hay sacrificios que sean pocos. O al menos alguien que entendiera que vivir es elegir, elegir es decir que no y el no suele doler. Ahora ella lo sabe, otros tantos también. Los que me sucedan tendrán una suerte que yo no tuve. Los que me lean, reconsideraran (o al menos eso espero) sus acciones negativas con respecto a los otros. Por mi parte, me conformo con saber que si mañana despierto y veo en un pequeño gesto desconocida bondad, viniendo desde cualquier persona, ajena o no, sabré que no ha sido en vano, más allá del peso de ser alguien o del bien y el mal. No importa estar excluido en el Averno si tú o cualquiera tienen la posibilidad de estar aunque sea un segundo en el Edén. Todos los que han amado y perdido, han cargado la Cruz. Posibilitan así la salvación para los demás, todos los días.