Algo suena a lo lejos, apenas audible. No es el piar de un gorrión, en la tibia mañana. No es la música de una fiesta lejana. Tampoco el cantar de aquellos alegres y bienaventurados que gozan la vida en toda su inmensa desolación. No, para nada. Ese armónico sonido que oyes es el tronar de un corazón roto.
Hay una macabra agonía en el sufrimiento humano, que lo exalta de tal manera que lo transmuta en algo sublime. Tan profundo puede llegar la mísera tristeza que aquellos que la superan se ven envueltos por un velo que los enaltece.
Existen, no se puede negar, varios temores que también hieren. El temor a temer es uno. Puede parecer un juego pero en definitiva, es la parte irónica, sufrir es preferible a no sentir. El orbe entero puede conspirar contra nosotros, pero siempre será nuestra responsabilidad enfrentar al mundo o no hacerlo.
El soldado carga un pesado escudo y una espada filosa, sus ojos no muestran miedo. El enemigo es bárbaro, grita, insulta, canta. Él los compadece, pues sentirán el frío metal de la justicia. Tiene piedad de ellos, no los hará sufrir, no mucho. Pero carga sobre sí mismo el dolor de la mujer que ha perdido al partir.
El perro persigue la rueda de un auto. Una mariposa vuela aprovechando su último día. El trébol busca, desesperado, esa hoja que le falta para llegar a dar suerte. El sapo desconfía del escorpión. Vos esperas el ómnibus en la parada equivocada. Las pequeñas soledades que acompañan a la vida.
Mi combate personal contra esas injusticias marginales y la esperanza del encuentro con los enemigos que ennoblecen, que nunca aparecen. Nuestras causas contribuyen a que alguien, en algún lugar se entretenga con el atípico concierto de nuestros corazones estallando en las sombras.