No hay sentir en el sueño truncado de la desesperanza, pues ya no tiene nada por perder. El sol brinda ese calor que ya no poseo y no existe espada para mis versos. No es mi voz la que habla, es la de otros, mis mayores, que han sufrido en igualdad. La historia es una sucesión de ecos en los espejos, ciego soy, nadie se atreverá a romperlos, eliminando así el tenebroso ciclo. La superstición humana es fatal.
Sectas de ángeles nos esperan en un puerto, generalmente, sin retorno. No es necesario hablar de amor, no existe. Sólo tus ojos son reales y las sombras en la ventana de tu “tal vez”. Tan posibles como los cuentos no escritos o los poemas que esperan en mi pluma para transmutarse en elegías, más esas verdades de la mañana que ya no recuerdo o no deseo recordar.
El que espera carga por dos el peso de la proeza: indirectamente el actuar del héroe o protagonista, directamente el agónico martirio de la impotencia. No hay erudición, ni mérito, ni talento, ni capacidad individual que tenga valor si la utopía sigue siendo eso, una ilusión imposible.

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