Hay muchos versos que se pueden escribir para ti, pero prefiero el silencioso te quiero, te quiero más allá de los ojos y de los labios. Es un te quiero con el alma, que aunque no se escuche, permanecerá todo el tiempo que el mundo sea capaz de durar y, tal vez, un poco más.
Decir que te espero, es abundar en palabras. Pues te busco en cada detalle del día, en cada rayo de luz, en cada sombra, en la imagen que devuelve el tirano espejo, en las agujas despóticas de mi reloj de pulsera. Estás presente en los ojos de mi madre que me despide desde la puerta; en la forma rara de esa palmera de la plaza; en la invisible figura del sol vedada a nuestra vista. Estás en la hoja de papel, antes y después de ser escrita. Decir que te extraño es mentirle a la vida. No hay cosa que no me recuerde a ti, que no seas tú.
Los dioses guardaron el secreto de la creación y también mi eterna devoción. No es factible dudar de su existencia, pues la tuya demuestra su poder. Tiemblo al asumir mi esclavitud a tu virtud y quizá no sea capaz de dejar una huella en tu memoria.
¿Cuántas rimas valen un beso de tus labios? ¿Cuánto cuesta dibujar un Edén en el cielo de mis sueños? El río transcurre y lleva consigo las esperanzas que se esconden en las recónditas profundidades de mí ser, en la tenebrosa agonía que me acosa en pesadillas.
Le perteneces al tiempo, al cielo, a todo lo que no comprendo, ni comprenderé. Eres, ciertamente, más que la suma de tus partes. Y te observo, y te anhelo.

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